viernes, 4 de diciembre de 2015

Y llegó el día

   Después de meses de embarazo (de ella) y de impaciencia (tuya) llegó por fin el gran día: el niño quiere salir a la superficie. En mi caso no fue realmente el gran día si no la gran noche: mi mujer me despierta a las 3 de la mañana y entablamos la siguiente conversación:
 
   -"Cari, tengo unos dolores terrible en la espalda, ¿no será que ya viene?"
   -"¿Tú sabes la hora que es? ¿Quién va a venir a estas horas?"
   -"El niño, tonto"
   -"¡Ah, ya! No mujer, qué tendrá que ver la espalda si el niño va a salir por delante. Será lumbalgia, que con la tripa que te gastas estos meses..."
   -"Pues yo creo que ya...llévame al hospital."
 
   A estas alturas del proceso ya sabes que es mejor no llevarle la contraria así que te vistes, te lavas un poco, coges la bolsa de viaje que lleva preparada ya 3 meses, sacas el coche del garaje y esperas a que tu mujer baje. Sentado en el coche te preguntas qué pensaría una patrulla de la policía si os estuviera viendo en ese momento: 3,30 de la mañana, un coche arrancado, un hombre pálido al volante, desaliñado, y una mujer que se acerca despacio, con paso renqueante, las manos en los riñones y emitiendo grandes suspiros...
 
   Ya en el hospital se confirman las sospechas de ella: estáis de parto. Los momentos previos al parto son inimaginables para aquél que no los haya sufrido. Os meten en una habitación con una ginecóloga y una matrona, a tu mujer la cablean por lugares que nunca hubieras supuesto que se destinarían a meter cables, un bipbip incansable como hilo musical, la matrona dándole la mano, la ginecóloga gritando "¡Vamos valiente! ¡Empuja ahora!", tu mujer chillando y tú...tú no sabes dónde meterte. Pero, por muy dantesca que te parezca esta escena, siempre puede ser peor: puede tocarte un cambio de turno.
 
   Un cambio de turno en un hospital es algo muy parecido a la escena de Terminator donde cae una bomba atómica: en pocos segundos todo el mundo desaparece. Lo último que escuchas es un "cruza las piernas que enseguida vendrá alguien". Pero lo escuchas como un susurro lejano porque , en ese momento, toda tu atención está centrada en tu mujer, allí tumbada, cableada, con las piernas cruzadas, colorada como un tomate, chillando palabras ininteligibles...y tú estás allí solo...con una bata de hospital como único escudo...un horror. Lo que hacemos en esos momentos de angustia es la táctica de la imitación: tú haces lo que has visto hacer antes así que le coges la mano a tu mujer, le gritas "¡Vamos valiente!" y no la conectas al cargador del móvil de casualidad...Al cabo de un rato (que a ti te parecen siglos) llegan los refuerzos, os pasan al paritorio y, en un abrir y cerrar de ojos, pasas de ser un simple indocumentado a un papá indocumentado.
 
 
   Ver nacer a tu hijo es lo más grande que hay en el mundo. Y, como hombre, al ver ahí a tu hijo por primera vez, tienes unos deseos irresistibles de hacer algo que llevas deseando desde pequeño: poner voz ronca, hablar aspirando y decir "Luke, soy tu padre"...pero te cortas.
 
   En ese momento la enfermera le da tu hijo a su madre y se los lleva de allí en camilla mientras te dice "el padre que vuelva en un par de horas a la habitación". Te lo dice así como con desprecio, como dándote a entender que, a partir de ese mismo instante, vas a ser el gran incomprendido de tu pequeña familia.
 
  
Y empieza la aventura...
 

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