miércoles, 6 de enero de 2016

La Navidad

   La Navidad es un periodo de alegría, paz, fraternidad y tranquilidad...salvo que tengas hijos y, entonces, se convierta en una época de nervios, cansancio, discusiones y muchas carreras. Hay Navidades que te apetece coger la caja de champán que guardas para las celebraciones y darte a la bebida.
 
   Bueno, eso para papá: mamá recupera la ilusión que tenía cuando era cría y que fue perdiendo con los años. Ahora mamá está ilusionadísima con las luces, los regalos, los Reyes, los escaparates, el árbol de Navidad, el Nacimiento...El niño no tanto; le gusta sí, pero lo de mamá es otro nivel. La Navidad, como las visitas al pediatra, se inventaron, básicamente, para las madres.
 
   Las dos primeras Navidades de un nene son, prácticamente, como las anteriores. Él no se entera de nada (sigue en su periodo seta-apéndice-de mamá) pero su madre se lo lleva a todas partes: a ver la iluminación de las calles, a ver los escaparates adornados, a ver todos los Belenes de la ciudad, a ver la cabalgata, a visitar a Ali Atar (el primer año, de hecho, le vomitó encima: cabreo del príncipe, vergüenza mía y mamá encantada: "mira, cariño, así se acordará de ti").
 
   A partir de ahí el niño ya empieza a darse cuenta de lo que suponen estas fiestas y capta a la perfección el meollo de esta época: los regalos. Un chaval, a los tres o cuatro años, piensa que la carta a los Reyes es como un cheque en blanco: todo vale, cueste lo que cueste el juguete, pese lo que pese y tardes los meses que tardes en montarlo. Anuncio que ve en la tele, juguete que quiere...y mamá le apoya: que si la ilusión, que si el trauma infantil, que si es una vez al año...Tú sólo te fijas en dos datos: el número de piezas y el precio. Personalmente, cuando un juguete tiene, vamos a suponer, más de dos o tres piezas, me resulta tan desalentador como un armario de Ikea (estoy un fin de semana intentando montarlo y, al final, siempre me faltan o sobran piezas). Respecto al coste: os juro que en enero he visto a mi VISA mirarme desencajada y soltar unos lagrimones como puños.
 
   Pero bueno, como el que no se consuela es porque no quiere, yo, en estas fiestas, todos los días me repito el mismo mensaje al levantarme por la mañana: profesores, ya os queda un día menos en el paraíso.