lunes, 14 de diciembre de 2015

El perro

   Hay un dicho popular que, a los niños pequeños, les queda como un guante: "Cualquier tiempo pasado fue mejor". Cuando la criatura está en su periodo seta-apéndice-de-mamá piensas "¡Qué ganas de que empiece a caminar para jugar con él!" hasta que descubres que los primeros pasos de un bebé hacen que entiendas lo del elefante y la cacharrería. O dices "¡Qué ganas de que el pobrecito dejé ya la leche y se ponga a comer de todo como un paisano!" y, luego, descubres que el volumen de vómito es proporcional a la variedad de alimento ingerida. Pero, en la evolución infantil, lo peor, sin duda, es cuando aprenden a hablar o, más que a hablar, cuando se les empieza a entender. Cuando balbucean...bueno, la verdad es que sigues sin hacerles ni caso. El niño se esfuerza en comunicarse, te suelta un "guedo gaga gulear gogogago" y tú sonríes y le dices "¡Muy bien campeón! ¡Qué bien habla mi nene!" sin pensar que, tal vez, te esté intentando decir "Papá, acabo de tirar todo el papel higiénico por el inodoro y hay montado un espectáculo en el baño de no te menees". Pero, cuando ya son capaces de hacerse entender, ya no los puedes ignorar y...empiezan a pedir cosas.
 
   En nuestro caso, el peque (muy amante de los animales desde que nació que lo mismo le daba por comerse una hormiga que por destripar un saltamontes) nos dijo un día de sopetón: "Quero un pego". Yo miré a su madre y le dije "Cari, me da que al nene deben pegarle en la guardería". Pero mi mujer no reaccionaba: mirada ausente, tensión mandibular, esa vena colorada que se le dilata en la frente en momentos de crisis femenina...ella sí lo había entendido. "Que quiere un perro, zoquete. Dice que quiere un perro...No rey, no podemos tener un perro, no ves que no tenemos jardín, pobre animalito, aquí iba a estar muy triste, además tú ya tienes un animal: tienes a tu osito Ralf" (sí, alucina, ellas intentan razonar con sus hijos). "¡Que quero un pego!". "Pero mi vida, es que no puedes tener un perro. ¿No prefieres tener un pez? Sí eso, mejor un pez, tan bonito, en su pecera...y puede dormir en tu habitación contigo". "¡¡¡No!!!¡¡¡Un pego!!!¡¡¡Quedo un pego!!!". Yo, anticipándome al desastre, decidí actuar entonces de la forma que cualquier padre como Dios manda actuaría y dije "Claro que sí, campeón. Donde comen tres comen cuatro. Mañana vamos a buscar un perro, pero uno de verdad ¿eh? nada de mariconadas de estas pequeñajas y blancas que parecen ratones. No, un perro en condiciones: grande, que asuste...de hombre. Tú no llores que aquí está papá".
 
   Ni que decir tiene que, entonces, no hubo perro: hubo pez. Y que a mi mujer, desde ese día,  la vena colorada de la frente se le ha hecho perenne y parece un tatuaje permanente (al menos cuando me dirige la palabra).

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